Que el deporte aporta al individuo que lo practica evidentes ventajas en el plano psicofísico y social nadie lo duda; también a las personas que tienen alguna discapacidad. Que la práctica físico-deportiva permite al sujeto relacionarse e integrarse en su comunidad está fuera de toda duda; también para las personas con discapacidad.
Que deporte y salud son dos ámbitos interrelacionados lo sabe todo el mundo; también lo son para las personas con discapacidad.
La actividad física y deportiva se presenta para las personas con discapacidad como una inmejorable oportunidad no sólo para incrementar y mejorar sus parámetros biológicos y psicomotrices sino, además, los relacionados con los aspectos de relación y comunicación con los demás.
Haciendo deporte, la persona que lo practica tiene la oportunidad de experimentar y explorar nuevos retos y experiencias que permiten descubrir sus verdaderos potenciales y también los límites a los que puede llegar.
Sin entrar a fondo en la cuestión semántica y conceptual, partimos de una primera reflexión: la discapacidad solo significa capacidades diferentes. Lejos de prejuicios y arquetipos interesados que venimos arrastrando desde épocas anteriores, entendemos y atendemos a la persona con discapacidad como una más de entre todas las que conformamos el universo social al que pertenecemos. La evidencia nos muestra que cada uno de nosotros somos más capaces para unas cosas y menos capaces e, incluso, in-capaces, dis-capaces para otros y no por eso nadie deja de mirarnos, nos rechaza o margina.
Si somos capaces de superar los prejuicios y tópicos habituales en el ámbito de la discapacidad, descubrimos que de entre todas las personas que componemos el mapa social unas, efectivamente, presentan algún tipo de limitación más o menos evidente, debido a algún tipo de lesión, enfermedad o situación de menoscabo físico, psíquico o sensorial.
Resulta de todo punto esencial empezar ya a asumir que una persona puede tener una discapacidad, pero la persona no es la discapacidad. Va siendo hora de ver el vaso medio lleno y valorar todas las cualidades y capacidades que una persona puede tener a pesar de su parálisis cerebral, su trisomía, sordera o espina bífida.
Hasta el siglo pasado los expertos que veían el vaso medio vacío nos aseguraron que estas personas carecían casi por completo de cualidades y expectativas vitales; el daño ya está hecho y ahí están todos los episodios de marginalidad y el sinfín de celebraciones del Día del Subnormal para recoger limosnas y donativos para estas pobres personas.
Pero en esta nueva Era de la Colaboración, más pronto que tarde, el sentido común, los nuevos avances en el ámbito psicosociosanitario y el despertar de la sociedad poniendo en valor la atención a todas las personas independientemente de sus circunstancias personales, harán posible una sociedad más justa e inclusiva capaz de reconocer como iguales a todos sus miembros sean cuales sean sus capacidades y singularidades.
La discapacidad así entendida no es sino un elemento más de la diversidad del género humano. La gran riqueza y valor de una sociedad que se precie reside en aceptar, valorar e integrar a todos sus ciudadanos y ofrecerles las mismas oportunidades para desarrollar sus capacidades y satisfacer sus expectativas e ilusiones.
A partir de estas reflexiones que nos ayudan a centrar el tema que nos hemos propuesto, procederemos a desarrollar de forma sucinta las tres dimensiones que, a mi modo de ver, deben atenderse en todo planteamiento que tenga por objeto la participación social de las personas con discapacidad como en el caso que nos ocupa, desde el punto de vista del deporte y la actividad física.
Tres dimensiones para el análisis. Abordamos, pues, el análisis del ámbito de la discapacidad en tres dimensiones que tienen entidad propia y que se interrelacionan a lo largo de la vida: la persona con limitaciones en el ámbito de su autonomía personal; un entorno accesible donde sea posible la integración y participación plenas; las adaptaciones que podemos proponer para facilitar al individuo su máximo grado de integración social y autonomía personal.
1. Las características, necesidades y expectativas de la persona con discapacidad.
Es preciso aclarar desde el principio que hablamos de personas con limitaciones en el ámbito de su autonomía personal o personas con discapacidad, sustantivando la persona y adjetivando las condiciones limitantes. Lo importante, en todo caso, no es la forma lingüística sino la salvaguarda de la sustantividad de la persona y el carácter adjetivo de la discapacidad. (Casado, 1998). Ello nos ayudará a entender que lo importante es valorar sus necesidades y limitaciones, para poder determinar con precisión las ayudas, recursos y/o adaptaciones y lograr su más plena y satisfactoria participación social
Las diferencias individuales, aptitudes personales, nivel de autonomía personal, etc. hacen que una persona tenga diferentes niveles de funcionamiento. Desde este punto de vista, cada persona funciona de una manera distinta, se comporta distinto a los demás, tiene unas expectativas personales e intransferibles y unas necesidades concretas, normalmente vinculadas a sus capacidades psicofísicas y características biológicas.
Conocer y valorar en su justa medida esas características personales son la base desde la que partir para cualquier planteamiento de actividad físico-deportiva. Sin prejuicios y con la máxima objetividad hay que valorar posibles contraindicaciones para la práctica de ciertas actividades de acuerdo con las limitaciones que se presentan; con la misma objetividad hay que valorar el nivel de condición física y biológica de cada sujeto, sus capacidades motrices, habilidades básicas locomotrices y manipulativas, su competencia en el control del cuerpo y las habilidades específicas y especializadas si las tuviera.
De las características, intereses y expectativas personales y las limitaciones presentes, devienen unas necesidades que el técnico o responsable de las actividades deportivas debe cuantificar y definir con precisión porque de ello va a depender en gran medida la participación en la actividad que pretendemos desarrollar. Unas necesidades se instalan en el plano de la relación y la comunicación, otras tienen que ver con el tipo de ayuda técnica que se puede precisar, y otras, en fin, con barreras en el entorno que es preciso eliminar.
2. Las características del entorno-contexto .
Ya se ha dicho que las características personales, los intereses y las expectativas de la persona son el punto de partida para elaborar estrategias y propuestas que le permitan su participación en las actividades elegidas por ella.
La clave del asunto está en que cada persona alcance la mayor cuota de autonomía personal, y esto va a depender no sólo de los factores personales (competencias, capacidades físicas y mentales, motivación, personalidad, habilidades comunicativas, experiencias y aprendizajes previos), sino también, de factores que tienen que ver con el contexto y el entorno en los que la persona vive y se relaciona.
Sin duda, la principal barrera con que se encuentra una persona con discapacidad es la actitud, que es, seguramente, la más difícil de combatir y superar. En mis treinta años de trabajo profesional en el ámbito de la discapacidad he podido constatar una y otra vez que la mayoría de las dificultades y desventajas a las que tenían que hacer frente las personas con discapacidad, tenían más que ver con las carencias, obstáculos y barreras del entorno que con sus propias limitaciones y déficits. Todavía recuerdo con no poco estupor cómo algunas personas que utilizaban sillas de ruedas tenían que quedarse fuera de un recinto deportivo porque era imposible acceder al interior; en otros casos, se negaba la entrada porque la imagen que daban a los demás usuarios era desagradable. Hoy, afortunadamente, las cosas han cambiado mucho, pero estas anécdotas sirven para ilustrar muy a las claras cómo un entorno exclusivo y cerrado puede abocar a la nula o escasa participación de personas a causa de algún tipo de discapacidad.
El día a día nos muestra una realidad palmaria que tiene que ver con las demandas de las personas con discapacidad a la hora de practicar un deporte, de utilizar un transporte para poder desplazarse, de manejar unos aparatos o materiales concretos y a las que hay que responder de forma efectiva y afectiva; nos demandan apoyos personales para la locomoción, la movilidad y la comunicación, pero, también modificaciones en el entorno que eliminen en la medida de lo posible los obstáculos y barreras que les impide su plena participación. Se ha avanzado mucho en este terreno, pero sigue siendo terrible que en pleno siglo XXI, en la Era de la Colaboración (José Cabrera), de la tecnificación e informatización, todavía existan barreras arquitectónicas que hacen imposible o muy difícil el acceso a muchas personas con limitaciones en su movilidad a eventos y manifestaciones culturales o sociales.
Se trata en este punto de valorar los medios y recursos disponibles en el entorno, las condiciones ambientales, las barreras que se detectan tanto en las instalaciones y edificios, como aquellas menos visibles y que tienen que ver con las actitudes de rechazo e incomunicación de ciertas personas. Este eslabón en la cadena resulta trascendente porque de cómo planteemos una ayuda o un recurso en relación con cada necesidad dependerá en gran medida la participación. Hablamos de valorar las condiciones del entorno, las necesidades que se plantean en la interacción y manejo de la persona con discapacidad con los productos, servicios, objetos, instrumentos, instalaciones, equipamientos, etc. , que debe utilizar.
3. Las intervenciones.
En relación con las dos dimensiones expuestas, procede ahora tomar decisiones y plantear las actividades de forma que todas las personas, sean cuales sean sus características y necesidades, puedan participar de forma completa y satisfactoria. Esas características personales y del entorno y las necesidades planteadas demandan estrategias para adaptar materiales, utensilios, objetos e instrumentos que deben utilizarse, ayudas técnicas específicas para la comunicación o manejo de objetos o para la movilidad o la eliminación de barreras que obstaculizan o dificultan el acceso y uso de instalaciones, equipamientos, transportes, tecnologías y servicios.
Se trata, básicamente, como explicita la LIONDAU, (Ley de Igualdad de Oportunidades, No Discriminación y Accesibilidad Universal) de crear las condiciones más favorables para que todas las personas tengan las mismas oportunidades de participación en las actividades: las normas que se fijen y los criterios que se deban seguir en cualquier planteamiento deben tener en cuenta las necesidades detectadas; los entornos, procesos, productos, servicios, ayudas técnicas, herramientas y dispositivos que se ofrezcan deben ser comprensibles, utilizables y practicables por todas las personas en condiciones de seguridad y comodidad y de la forma más natural y autónoma posible.
Con las actividades deportivas y recreativas se tiene la oportunidad de obtener beneficios no sólo en el plano individual (enriquecimiento personal, equilibrio psicológico, vida independiente), sino también, en el plano social (socialización y sensación de pertenencia a la comunidad) y ello debe ser posible para todos y en todas las épocas de la vida. Este derecho de todos al disfrute de estos beneficios no puede cercenarse a unos pocos porque las características del entorno lo impidan o por la inexistencia de medios materiales o la inadecuación de los recursos y ayudas técnicas o la falta de adaptación de los medios disponibles a las necesidades de cada persona.
A modo de resumen. En el ámbito de la participación en las actividades físico-deportivas por parte de las personas que presentan limitaciones en el ámbito de su autonomía personal, se hace imprescindible crear las condiciones suficientes y necesarias para que tal participación sea efectiva y gratificante y en un contexto de integración plena en su entorno social. Las adaptaciones en las actividades, las condiciones de accesibilidad de los espacios, la adecuación de los materiales y la creación de un clima natural y sensible en el grupo capaz de aceptar las adaptaciones como parte consustancial de la realidad social en que se desarrollan, son algunas de las dimensiones que se deberán abordar para dar respuesta a las necesidades y expectativas de todos los participantes.
De lo expuesto hasta ahora se pueden extraer las tres dimensiones que conforman el ámbito de intervención en las actividades físico-deportivas:
- Las características personales e intereses de cada persona a las que se vinculan unas necesidades reales, personales y presentes que deben atenderse con eficacia, objetividad e inmediatez.
- Las características del entorno y el contexto en que esas actividades se van a desarrollar y las condiciones personales con las que cada persona llega a la actividad.
- Las intervenciones en clave de adaptaciones, ayudas técnicas y recursos para hacer accesible la actividad a cada persona y que, de alguna manera, sirvan para prevenir, compensar, mitigar o neutralizar las situaciones de discapacidad en cada caso.
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